Mi madre, mi pesadilla…
Ojalá me hubiera dado cuenta de su valor cuando era una adolescente, de lo valiente y guerrera que era. Ojalá me pareciera un poco más a mi madre.
«Cuando yo crezca lo haré mejor que ella”, me molestaba tenerla siempre encima de mí queriendo saber que tenía, como me sentía. Mi pesadilla era su interés por mis cosas: ¿qué hiciste? ¿qué te dijo? ¿qué opinas? ¿qué te parece? ¿qué quieres? ¿qué puedo hacer por ti? , cada vez que ella hacía todas esas preguntas solo pensaba: ¡quiero mi privacidad! Me prometí que yo sería diferente a ella, yo sería una mejor madre.
Lo que tanto critiqué a la mujer que más me amó es lo mismo que estoy segura que mi hija hoy dice de mí.
Mi hija, mi bendición…
Cuando Dina nació, fue una bendición, en ella podía ser esa versión de “mamá- amiga” que siempre quise tener, me evité hacerle tantas preguntas como mi madre me las hacía a mi, ella se veía feliz.. Dina tiene un poco de su tía Raquel, bien dicen que los hijos se parecen más a los tíos(as) , se que Raquel se ve un poco en ella, y en ocasiones la veo sonreír cuando ve a Dina tan llena de vida.
En lo que debí parecerme a mi madre, no lo hice. Ahora entiendo que sus preguntas, su interés, era una forma de cuidarme, de amarme, de protegerme. Si yo hubiera hecho todas esas preguntas a mi princesa quizá hubiera evitado lo que pasó hace dos semanas.
2 Semanas atrás…
Estaba preparando una comida que sabía le encantaba a mi esposo, no me gusta que me interrumpan o me hablen mientras estoy enfocada. Dina se acercó y me llamó, ella sabía lo mucho que eso me estresa, dejé todo (eso fue muy raro, pero mi corazón me avisaba que algo no estaba bien). Me pidió permiso para salir, no pregunté a dónde, con quién, a qué hora regresas, ¡nada!. Me quedé en silencio, de todos modos si hubiera hecho esas preguntas estoy segura que se hubiera molestado. Regresé a mis pendientes. Me dijo “¿eso es un sí?”, ¡pregúntale a tu padre!- le respondí. Después de eso, ya no supe más. Hasta que llegaron con la noticia a mi esposo, de lejos vi la escena y supe que se trataba de Dina. Corrí y llegué justo para escuchar: violaron a su hija. La sangre me subió a la cabeza y no podía controlar tan tremendo dolor, pero eso no me evitó pelear, nos gritamos, nos culpamos, nos reclamamos y al final solo nos callamos, mis otros hijos no estaban así que esperamos a que regresaran para darles la noticia.
Lo tomaron muy mal y no era para menos. El padre del joven que le hizo esto a mi hija, aseguraba que su hijo es un muchacho de bien y se ha enamorado de ella hasta los huesos. ¡No cabe duda que por amor a los hijos damos la cara! Pero ¿dar la cara después de semejante atrocidad? ¿en qué mundo vivimos?
La gente…
No conscientes del dolor que sentimos, he escuchado el rumor que dicen ¿por qué la dejaron ir sola? ¿qué hacía tan tarde lejos de casa? ¿dónde estaban sus padres y hermanos cuando esto pasó? La gente juzga y tan fácil lastima. Todo es tan gris. A mí me puede pasar lo que sea, pero no a ella, no a ella. Mis hijos vengaron lo sucedido, engañaron, mataron, dejaron sin hombres su comunidad. No puedo describir lo que han hecho, mi mente no lo puede concebir.
¿Qué siento? ¿qué opino de lo que hicieron? Su salvajismo que primero celebrábamos con risas creyendo que era inocente, hoy nos lleva a huir de esta casa. ¡Ya no sé que siento ni que opino! El dolor causado por los hijos es un dolor peor al del desprecio de un hombre, y ni hablar del dolor causado a uno de ellos, quisiera arrancar ese momento de la vida de mi hija, todas las noches me reclamo pensando que no hay punto de comparación, que mil veces hubiera sido mejor que se molestara por un regaño, al dolor de abusar de ella. ¡Claro que quería la venganza! Pero no a costa de dejar toda esa sangre derramada.
Al menos hoy entiendo que las preguntas que mi madre hizo, me salvaron de quien sabe cuantas cosas. Mi hija no podrá decir eso, pues mi silencio le costó un pedazo de su vida.
La tristeza de Dina…
Estamos de nuevo mudándonos de casa, intentando como siempre dejar atrás los problemas. Mi pequeña, tan solo de ver su cara siento su interior quebrado. No necesita decirme detalles, conozco un alma herida, un corazón destruido y un espíritu apagado. ¿Quién mejor que yo para identificar esas enfermedades invisibles?
La tristeza de mi madre…
El día que entregué mi virginidad, que mi esposo le reclamó a mi padre, fui a ver a mi madre. Y mis palabras fueron tan crueles con ella. Le dije que no podía creer que se hubiera casado con mi padre, con un engañador, la hice llorar, de enojo y de dolor. Pero sé que también lloraba por mí, porque así como yo podía ver lo malo de mi padre, ella sabía que mi esposo tenía secretos. Ella mejor que nadie sabía que si alguien se había casado con un usurpador era yo.
Ahora sé que mi madre llegó a sentir tristeza por mí, como la siento por mi hija. Al final de todo si nos parecíamos, las dos amamos, las dos nos equivocamos, las dos perdonamos.
Confesiones antes de dormir…
En medio de tanto dolor, hay una promesa que me hace tener fe que Dina será parte de una multiplicación sorprendente.
Cuando nos topamos con Esaú (hermano del padre de mis hijos), salieron a la luz historias increíbles. Yo no entendía por que el miedo de encontrarnos con él. Hasta que supe lo que mi esposo le había hecho. Recordé las veces que me gritó que yo era una mala hermana para Raquel (y lo hacía tan libre de culpa), recordé las veces que le gritó a mi padre que era un engañador (y lo hacía con tanta autoridad).
Los que más señalan son los que viven con más remordimientos, mientras con un dedo señalaba, cuatro lo apuntaban a él.
Desde que inicié mi diario, el nombre de mi esposo no a sido escrito. Nunca lo escribí por una sola razón. Todo de el me gustó cundo lo conocí, menos su nombre. Me casé, tuve hijos, y en cada relato de este diario hubo muchas veces que pude escribir su nombre pero no lo hice. Su nombre no combinaba con su rostro y lo “desnombre”.
Mi esposo se a equivocado infinidad de veces ( y más conmigo) pero hay algo que le reconozco y es que en medio del desierto a sabido a quien recurrir. Se a refugiado en el Dios de Abraham y de Isaac (su abuelo y su padre) y a escuchado su voz.
Llegó a casa huyendo, siendo un hombre ensimismado, hoy es un hombre transformado. Dios transformó su corazón, reconozco en él algo nuevo. Algo nuevo que nos alcanza a toda la familia.
Hemos enfrentado esta época aferrados de Dios, primero por el miedo a Esaú, después con esta tragedia de Dina, con tantos problemas y desilusiones llegué a pensar que Dios se había olvidado de nosotros, pero sin duda Él siempre ha estado con mi casa.
Hoy puedo decir con paz que Dios cambió el nombre de mi esposo. Lo llamó: Israel.
Israel sí me gusta…
Israel es un nuevo hombre, no borró sus recuerdos ni su historia, simplemente ya no es el pasado quien lo define. Lo define Dios y eso nos beneficia a todos los que le rodeamos. Creo en la promesa que ha recibido, de verdad creo que seremos una nación grande y nos multiplicaremos, de nosotros saldrán gobernantes, no importan las tragedias que rodeen a los míos, nosotros pertenecemos al único Dios verdadero y su bendición será mayor que todo el dolor. Superaremos esto.
El último adiós…
Continuará…
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