Una vez una niña de alrededor de 7 años, vio a sus papás dándose besos, abrazos y sonriendo de la felicidad que les implicaba estar enamorados. La niña al verlos así, salió corriendo de su casa, paró, puso sus manos en el corazón y mirando al cielo dijo: Dios, permite que cuando sea grande pueda conocer a un hombre como mi papá, que te ame, que me ame y ame a nuestros hijos como él lo hace; por favor guarda mi corazón. Después cerró fuertemente sus ojos y regreso a casa.
Pasaron un par años y aquella niña se había olvidado de esa noche, pero Dios no. Así que una tarde mientras ella caminaba hacia el parque Dios le habló: mi querida hija, quiero que esta tarde te quedes sentada en la banca y veas a tus amiguitos jugar, no te muevas de ahí hasta que yo te lo diga. La niña en su inocencia le obedeció, se sentó en la banca mientras sus amiguitos jugaban en el parque. En todo ese tiempo que ella estuvo sentada, varios de sus amiguitos iban por ella y la invitaban a jugar, pero ella se negaba. En otra ocasión, el niño que a ella le gustaba se acercó y se sentó con ella un par de minutos, el trato de convencerla de que fuera a los juegos, ella en ese momento dudó en hacerlo o no, en verdad quería ir con él a jugar, pero se acordó que Dios le había dicho que no se moviera de ahí, y se negó. Pasaron las horas y ella podía ver como sus amiguitos se divertían, otros se caían de los columpios, mientras otros se peleaban, pero lo que más causó su atención fue que el niño que a ella tanto le gustaba, se encontraba con otra niña jugando, lo que entristeció su corazón pero no dijo nada. Cuando Dios vio que la niña se puso triste mandó una pequeña lluvia y le dijo: Hija mía, ya te puedes levantar, vete a casa.
La niña camino a casa toda desconcertada, no sabía por que Dios le había impedido jugar con sus amiguitos, y por un momento sintió coraje porque el niño que tanto le gustaba jugaba con otra niña y no con ella. Cuando la niña llegó a casa y su mamá la vio toda mojada, la metió a bañar y le dio una sopa caliente. Se sentaron a ver películas; su papá, su mamá y ella entre los dos. La niña quería sentir el calor del amor, de sentirse protegida, de sentirse amada. A los minutos la niña quedó dormida y su papá la cargó entre sus brazos para llevarla a la cama. Ya después de acostarla y arroparla, su papá le dio gracias a Dios por su vida y le pidió que siempre guardara su corazón.
Cuando el papá de la niña salió del cuarto y apagó la luz, ella despertó. Solo miraba al techo tratando de encontrar una respuesta a lo que Dios le había pedido hacer por la tarde, y al no encontrarla daba vueltas por la cama, molesta por lo sucedido. De pronto, un aire cálido que entró por la venta se paseó por todo el cuarto llenando de paz la habitación. La niña sorprendida se paro de la cama, dando vueltas por su habitación tratando de no perder de vista esa luz. La niña al sentirse más tranquila se sentó en su cama y escuchó: ¿porque estas molesta hija mía? ella con los ojos en el suelo contestó –porque no me dejaste jugar con mis amiguitos y el niño que me gusta jugaba con otra niña. -¿No recuerdas lo que hace dos años me pediste, verdad? Ella apenada contesto que no, y volvió a poner su mirada al piso. Y al oído le recordó la noche en la que ella había pedido que guardara su corazón.
La niña aun después de recordar aquella noche, seguía sin entender, y cuando estaba a punto de preguntarle, escuchó : mi hija amada, yo siempre cumplo mis promesas, pero para que se lleven a cabo el “hombre” tiene que poner de su parte. Hoy en el parque me demostraste tu fidelidad. Cuando te pedí que te quedaras sentada en la banca no me cuestionaste, cuando mande a tus amiguitos por ti, no me reclamaste y cuando te mande al niño que tanto te gusta, no me reprochaste.
Mi niña, ese parque es una metáfora de la vida, siempre habrá quien te mal aconseje, quien trate de probar tu fe, siempre habrá quien te endulce el oído, quien te provoque y quien trate de lastimarte; pero si tú me escuchas, si obedeces mi palabra y me entregas todo lo que haces, yo guardaré siempre tu corazón. Te daré lo mejor que tengo, no lo que tú quieras. Te pondré a un hombre de fe y corazón puro, no el que a ti te guste. Te guardaré siempre, no solo cuando me busques. Mi niña, no dejes de escuchar mi voz, sigue mi consejo que yo te guardaré.
La niña ya mucho más tranquila se volvió a costar en la cama, se arropó con la cobija, sonrió mirando al techo y antes de cerrar los ojos dijo: Gracias papá Dios, porque siempre estás conmigo.
By. David Alonso
muy bella historia