ENCUENTROS CON JESUS · mujeres

LA FE DE LA MUJER CANANEA

Cuando supe que estaba embarazada jamás imaginé la travesía que me esperaba. Ni todo lo que sería capaz de hacer por ese ser que se formaba dentro de mi.

Crecí en un lugar donde se adoraban a muchos dioses, cada dios era especialista en algo, dependiendo tu problema buscabas al que te convenía, eran “poderosos” según lo que todos decían, la devoción que mi gente les tenía me provocaba creer en ellos.

Entonces cuando tuve una necesidad que sobrepasaba mi fuerza, no dudé en pedirles, no solo al dios especialista, sino a todos los dioses que se me atravesaron. Me humillé, les hablé fuerte, bajo, alto, llorando, desesperada, cansada, rogué y ninguno de ellos fue capaz de ayudarme. Pensé que nadie podía hacerlo, mi caso no era común, se trataba de mi hija, ella ya no estaba en sí misma, estaba poseída, la gente nos tenía miedo y con justa razón.

Pero una noticia, me devolvió mi esperanza, se comenzó a propagar que el hijo de David había llegado a tomar el trono. Al escuchar eso, me detuve y me quedé atenta, una persona dijo que lo vio sanar enfermos, otra dijo que liberaba a los endemoniados, una más dijo que resucitaba muertos, otros decían que era falso, que todo era una mentira, la gente estaba tan dividida, la noticia tan grande, y en mi corazón una llama de esperanza comenzaba a encenderse, solo que había un pequeño GRAN problema.

La maldad de mis antepasados me alejaban de la bendición. Yo no pertenecía al pueblo amado, al contrario yo era indigna de acercarme, no podía pisar la sinagoga, no tenía un linaje especial, sabía perfectamente que ni mi pasado ni mi presente me ayudaban para acercarme, pero cada día que escuchaba lo que Jesús hacía, yo sabía que él era el Mesías prometido. Mi fe se hizo tan grande, que a pesar de que tenia todo en mi contra, había en mi corazón de madre una certeza de que él era mi esperanza.

Mi hija no mejoraba, al contrario, cada día batallaba más, todo parecía imposible y en medio de todo eso llegó a mis oídos que Jesús pasaría muy cerca de mi casa.

Me emocioné, limpié mis lágrimas, me levanté, pero los imposibles aparecieron, era imposible que Jesús me escuchara, era imposible que Jesús me respondiera, era imposible que Jesús me resolviera.

Me di cuenta que estaba poniendo a Jesús en el mismo nivel que los dioses con lo que crecí, ellos no escuchaban, no respondían, no resolvían.

Pero yo sabía que Jesús era diferente, podía quedarme con los imposibles, o podía arriesgarme. Total ya no tenía NADA que perder, si no pasaba nada sería un dios más, pero si acaso me escuchaba, si acaso me respondiera, si acaso me resolviera, mi familia y yo tendríamos todo por ganar, y eso solo demostraría que él era el UNICO DIOS VERDADERO.

Estuve atenta y lista, cuando pasó por ahí le dije sin más preámbulo: ¡Ten misericordia de mí, oh Señor, Hijo de David! Mi hija está poseída por un demonio que la atormenta terriblemente..

Sus discípulos le pidieron que me despidiera. Dile que se vaya —dijeron—. Nos está molestando con sus súplicas.

Y Jesús me dijo:

—Fui enviado para ayudar solamente a las ovejas perdidas de Dios, el pueblo de Israel.

 Dentro de mi pensaba: Jesús no solo me escuchó también me respondió, no es como los otros dioses. Sí claro también sabía que la respuesta era desfavorable, pero todo me iba indicando que por primera vez mi fe estaba en la persona correcta.

Le rogué una vez más:

—¡Señor, ayúdame!

Él me respondió:

—No está bien tomar la comida de los hijos y arrojársela a los perros.

 —Es verdad, Señor –respondí- pero hasta a los perros se les permite comer las sobras que caen bajo la mesa de sus amos.

 Los siguientes segundos, para mi fueron una eternidad, pero entonces Jesús me dijo:

¡Mujer, qué grande es tu fe! Que se cumpla lo que quieres.

 ¡Lo sabía! Jesús era el Hijo de Dios, no era como los dioses que teniendo oídos no escuchaban, teniendo bocas no respondían y teniendo “poderes” no obraban los imposibles. Mi caso era uno de esos que descubría a los dioses falsos.

Desde ese mismo momento quedó sana mi hija. Jesús resuelve imposibles.

Mientras todo me descalificaba para recibir un milagro, encontrarme con Jesús por su misericordia y amor me calificó.

 

 

 

 

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