La mujer con etiquetas

En una casa donde lo que sobran son bocas y lo que falta es quien provea, me tocó crecer, ahí no teníamos nombres, ahí teníamos “etiquetas” “sorda, burra, malcriada, tonta, buena para nada, inútil, inservible, loca” sin mencionar los adjetivos más grotescos. Raramente era considerada o tomada en cuenta y honestamente no recuerdo alguna vez que me hayan dicho “lo hiciste bien” o alguna vez que me hayan perdonado algo que hice mal.

Todo lo que quería era salir de casa, encontrar un buen hombre y formar una familia, quería lo que no tenía, pero el camino que tomé muy difícilmente me llevaría a una estabilidad. Cuando comencé con estas decisiones no imaginé lo bajo que me harían llegar. Muchas cosas cambiaron, ya no permitía que me ofendieran, ahora yo también ofendía, pero hubo una que al paso del tiempo jamás cambió: las etiquetas.

La ciudad en la que vivo es experta en eso. A mi vecina la nombran “la chismosa”, a mi hermana le dicen “la dejada”, a mi prima le dicen “la convenenciera”, a la esposa de varios fariseos “las engañadas, las mártires, las santas”, a mi…

A mi me nombran “la pecadora”.

Trabajaba haciendo de todo, literalmente de todo, algunos días de la semana limpiaba, los jueves me tocaba ir a la casa de una mujer muy adinerada, ella tenía muchos perfumes, su esposo le traía de todas las partes a las que viajaba, siempre que le traía regalos me los mostraba, eso sí, solo me hablaba mientras nadie supiera, no era buena reputación para ella hablar con una mujer como yo.

En una ocasión me mostró un perfume que me conquistó, no se si sintió lástima cuando vio mi cara y no se tampoco por que me lo ofreció en venta, ella no necesita dinero, su oferta era tentadora, ese sería el pago por mi trabajo de muchos meses, no más efectivo y me lo daría hasta que terminara de pagarlo.

En el camino a casa lo medité, una mujer como yo, ¿de qué otra forma podría obtener algo tan caro?

El martes que regresé a su casa, le dije que aceptaba su oferta. Me costaría mucho, pero segura estaba que cuando al fin lo tuviera sería un regalo que nada ni nadie podría superar.

Me levantaba más temprano, trabajaba a todas horas, no tuve día de enfermedad, aún si me sentía mal, el perfume me motivaba a continuar. Se volvió mi motivación. Pensaba en lo hermosa que me haría un olor así. Pasaron los días, las semanas, los meses… Un día cuando terminé todo, vino la mujer y me dijo: ¡lo lograste! Mi cara fue de asombro:

-¿Cómo dijo? Pregunté

-Hoy pagaste tu deuda, aquí te entrego el perfume

Me quité el pelo de mi cara, me limpié mis manos, lo tomé y lo vi tan cerca, tan mío. La mujer sonrió un poco y se fue.

Mientras caminaba a mi otro trabajo me sentía valiosa, mi sandalia se atoró en una piedra y tropecé, aventé mi cuerpo de lado izquierdo protegiendo a toda costa mi precioso y costoso perfume, no le pasó nada, pero no podía exponerlo así, me desvíe a casa y lo guardé en un lugar secreto, me vi tentada a usarlo pero ¿lo usaría para mi trabajo? ¿lo desgastaría en eso?

Nada era suficiente para usarlo, nadie merecía tanto esfuerzo, todas las noches lo veía y lo abrazaba, me daba un valor que nada me había dado.

Una mañana al salir de mi trabajo, me topé con algunas personas, que como siempre me nombraron “pecadora”, me sentía tan agotada, que solo suspiré. Ya no me quedaban fuerzas para defenderme, además ¿cómo me defendería? La vergüenza que me acompañaba me delataba. Sentí que toqué fondo, nada más me motivaba.

Al día siguiente desperté sin animo de seguir pero fui a trabajar a casa de los ricos, y escuché que el mismo Jesús de Nazaret estaba cenando con uno de los fariseos en su casa. Unos decían que era un profeta, otros que era un loco, pero yo estaba segura que se trataba del mismo hijo de Dios.

Me apresuré a hacer todo y salí casi corriendo, iba directo a donde estaba, pero me detuve, no podía solo llegar y meterme así, pensamientos comenzaron a llegar a mi cabeza: no eres digna, eres pecadora, él te echará a patadas, si de verdad es el hijo de Dios no te permitirá estar cerca por que tu eres un pedazo de basura, descubrirá tus pecados delante de todos, te matará, te juzgará…Los pensamientos me paralizaron, ¿cómo es posible que algo invisible nos haga no movernos? Dije en voz alta: Si soy todo eso, pero debo ir a servirlo, prefiero que Jesús me corra a que mis pensamientos me paralicen. Vencí mis etiquetas, siguiente problema, debía llevar un regalo, pero una mujer como yo ¿qué podría tener de valor?

¡Claro! Mi perfume, no lo había usado, pero ¡es MUY POCO! ¿Será suficiente?, tomé el perfume, caminé lo más pronto que pude, ¿cómo entraría a casa de un fariseo? ¿cómo reconocería a  Jesús? Ninguna pregunta me hizo desistir, cuando estuve afuera, algo tocó mi alma, mi piel se puso chinita, mis lágrimas no paraban de salir, mi vista estaba nublada, fue como si algo me dirigiera a él, no pude verlo, era demasiado puro, demasiado perfecto, demasiado todo, me arrodillé detrás de él, mis lágrimas comenzaron a caer en sus pies y con mis cabellos comencé a secarlo, no podía dejar de besar sus pies y de poner el perfume. Yo sentía como una presencia me abrazaba y me amaba, a lo lejos escuchaba a Jesús contando una historia entonces hubo unas palabras que cambiaron mi vida:

-Tus pecados son perdonados, TU FE TE HA SALVADO VE EN PAZ.

 Un escalofrío recorrió mi cuerpo… Jesús no me echó a patadas, no me juzgó, no me señaló, Jesús me perdonó.

De pecadora ahora me llaman perdonada, no se si lo hacen por burla, pero no me importa, cada vez que escucho: ahí viene la mujer perdonada, me siento valiosa, ya no tengo el perfume, pero ya no lo necesito por que la fragancia del perdón y el amor de Jesús se quedó impregnada en mi.

 

 

-La mujer perdonada